Abi dio dos largos pasos y se paró en la losa frente al chico. Le miró a los ojos esperando una respuesta, pero como comenzaba a impacientarse le agarró del brazo.
En el momento que su cálida mano entró en contacto con su brazo desnudo un escalofrío le recorrió la médula espinal al chico. El vello del brazo se le puso como escarpias en total de segundos, dando paso a otro fuerte escalofrío. Ricardo aguantó la combustión que impulsaba su cuerpo hacía el de la chica, tirando desde lo más profundo de su persona, agarrado a su fuerza de voluntad.
Se mordió el labio sutilmente. Se tranquilizó, y supo como relajar la expresión del rostro para que ella no notase nada.
–Vengaaa –le dijo tirando de su brazo. Todo había sucedido en cuestión de segundos, los que tardó Abigail en darse la vuelta y dar un juguetón tirón del brazo de Ricardo.
–Sí, sí. No seas impaciente – le contestó riendo, con la voz algo entrecortada. Respiró hondo por la nariz y dio una gran zancada hacia ella –.Bueno, ¿y que vas a querer tomar? –preguntó pasándole el brazo por encima de los hombros, un gesto que Abi interpretó como cariñoso.
–No sé –murmuró llevándose un dedo a la barbilla en un gesto pensativo –. Tu tienes pinta de venir aquí mucho – ¿Qué sueles tomar?
Ricardo torció la mirada buscando el horizonte. Recordaba perfectamente el motivo por el que muchas noches se había pasado de la cuenta bebiendo y no le hizo demasiad gracia que ella se lo recordase. Pero sabía que no lo había hecho con malicia.
–La mayoría de veces no recuerdo lo que he tomado. De hecho no recuerdo lo que tomé ayer.
–¿Ni lo que hiciste?
–No. Incluso antes me ha extrañado acordarme de ti cuando me has llamado, por que no se ni cómo volví a casa.
–¿De verdad no te acuerdas? –se alarmó ella en un fingido tono de sorpresa –Entonces... ¿no te acuerdas de lo que hicimos anoche? –mintió casi haciendo un puchero.
–¿Qué? –balbució el chico asustado.
Ella sin poder aguantar más su mentirá se echó a reír.
Riardó soltó un inaudible suspiro de alivio y retiró bruscamente el brazo de los hombros de ella. Le dio un suave empujoncito amistoso con el brazo mientra se unía su risas.
–Joder que susto me has dado. ¡Esta te la guardo! –ladró pero sin perder su sonrisa.
Ante ellos se encontraba ya el bar, abarrotado de gente, como siempre. En la puerta los fumadores disfrutaban de las últimas caladas de sus cigarrillos, ya que, como la nueva ley de fumadores decía, no se podía fumar dentro de los locales. Ni siquiera en <<zonas de fumadores>> algo que había dejado de existir totalmente a principios de este año.
De entre todas esas personas, tanto Abigail como Ricardo, reconocieron a varias, pero ambos ya bastante ocupados tan sólo les saludaron con un golpe de cabeza y una amplia sonrisa.
–¿No vas a fumarte uno? –preguntó Abi extrañada a Ricardo, ya que todos sus amigos fumadores insistían en fumar antes de entrar a ningún local.
–No –le contestó con la mirada fija en el horizonte, o quizás en alguna persona –. Me he fumado uno antes de que llegaras, tampoco necesito fumar tanto en tan poco tiempo. ¿Entramos? –preguntó alegremente, pero esta vez mirándola a ella.
–Vale – contestó ella. Subió el escalón y Ricardo sujetó la puerta para que ella pasara.
En el interior del Cañas había mucho bullicio y prácticamente todas las mesas, sillas y taburetes estaban ocupados. Aunque aquello tampoco era un inconveniente para ellos, ya que esperar un rato hasta que alguien desocupara sitios tampoco iba a ser un suplicio.
–¿Qué quieres tomar? –le preguntó él.
–Eh, que tampoco hace falta que me invites, que me creía que era broma –inquirió ella cogiéndole del brazo antes de que sacara su deslumbrante cartera de cuero negra.
–No pasa nada, quiero invitarte –contestó sinceramente sonriendo.
–Bueno, está bien –asintió Abigail con un suspiro –. Pero la próxima ronda la pago yo –prometió guiñándole un ojo–. Pueees…una Águila, por favor –murmuró sonriente elevando un poco la voz.
El hombre de la barra se acercó a ellos mientras secaba un vaso mojado con un paño color crema. Se giró y dejó el vaso junto a unas botellas de vodka absolut y volvió para atenderles. El hombre, de unos treinta parecía ya cansado, a pesar de ser sólo las once. Seguramente tenía sueño acumulado por trabajar en el bar, que se llenaba tanto los viernes y sábados como los mismos días de entresemana.
–¿Qué vais a tomar? –les preguntó con voz ronca, seca y fría.
–Dos cervezas –le contestó Ricarlo empleando el mismo tono de voz.
–¿Shandy, Heineken o Águila?
–Águila –contestó esta vez Abigail, terminando con el estúpido juego que iban a empezar el hombre y Ricardo. Resaltaba a simple vista que habían tenido algún que otro roce alguna noche. Como los niños pequeños cuando discuten y acaban gritándose el uno al otro <<¡que sí!>> <<¡qué no!>>.
Como cando Adrián discute con Tesa para hacerla enfadar, se dijo Abigail desviando la mirada. Observó el local de esquina a esquina. Las estanterías llenas de libros al lado de la puerta, y la gente que reía, ya con más de una copa en el cuerpo, a la vez que leía alguno de los ellos tornando la voz grave y sonora, tal como un viejo profesor de universidad. Había un par de parejas besándose en una esquina rozando el magreo en público. Una idea que repugno a Abigail. En el otro lado unos chavales que jugaban un póker sin apuesta con más de diez vasos de chupitos vacíos sobre la mesa. Reían y gritaban, alzaban los brazos por los aires y las cartas volaban una y otra vez hasta el suelo. Eran los que mas alboroto hacían.
El golpe seco del culo de las botellas de cerveza sobre la barra húmeda hizo sacar de su distracción a Abigeil, quien se giro para ver como el camarero miraba con cara de desprecio a Ricardo mientras este le entregaba el billete con el número de móvil. El camarero enviaba miradas sumamente cortas entre el billete y la cara del chico, desconcertado.
–Es para que me llames –bromeó fingiendo una expresión complacida Ricardo. Soltó el extremo del billete y el hombre se le quedo mirando con una expresión perpleja.
–¡Anda, coge las cervezas y vete a esa mesa que no te quiero ver la cara, chaval! –gruñó el camarero. Se giró y arrastró los pies en dirección a otros clientes que esperaban en la barra también.
–Como la lias –aseguró Abigeil sonriendo para sus adentros. Se estiró un poco y agarró las cervezas por el cuello con los dedos. Cuando se volvió Ricardo ya estaba sentado en una de esas sillas altas de plástico para ocupar la mesa.
Abi dejó las cervezas sobre la mesa y se dispuso a trepar por la alta silla para subirse en ella.
–Bueno, cuéntame algo de tu vida –comenzó Ricardo tras darle el primer sorbo a su cerveza.