jueves, 1 de diciembre de 2011

Capítulo 2 (Parte V ): Rituales.

         Abi dio dos largos pasos y se paró en la losa frente al chico. Le miró a los ojos esperando una respuesta, pero como comenzaba a impacientarse le agarró del brazo.
         En el momento que su cálida mano entró en contacto con su brazo desnudo un escalofrío le recorrió la médula espinal al chico. El vello del brazo se le puso como escarpias en total de segundos, dando paso a otro fuerte escalofrío. Ricardo aguantó la combustión que impulsaba su cuerpo hacía el de la chica, tirando desde lo más profundo de su persona, agarrado a su fuerza de voluntad.
         Se mordió el labio sutilmente. Se tranquilizó, y supo como relajar la expresión del rostro para que ella no notase nada.
         –Vengaaa –le dijo tirando de su brazo. Todo había sucedido en cuestión de segundos, los que tardó Abigail en darse la vuelta y dar un juguetón tirón del brazo de Ricardo.
         –Sí, sí. No seas impaciente – le contestó riendo, con la voz algo entrecortada. Respiró hondo por la nariz y dio una gran zancada hacia ella –.Bueno, ¿y que vas a querer tomar? –preguntó pasándole el brazo por encima de los hombros, un gesto que Abi interpretó como cariñoso.
         –No sé –murmuró llevándose un dedo a la barbilla en un gesto pensativo –. Tu tienes pinta de venir aquí mucho – ¿Qué sueles tomar?
         Ricardo torció la mirada buscando el horizonte. Recordaba perfectamente el motivo por el que muchas noches se había pasado de la cuenta bebiendo y no le hizo demasiad gracia que ella se lo recordase. Pero sabía que no lo había hecho con malicia.
         –La mayoría de veces no recuerdo lo que he tomado. De hecho no recuerdo lo que tomé ayer.
         –¿Ni lo que hiciste?
         –No. Incluso antes me ha extrañado acordarme de ti cuando me has llamado, por que no se ni cómo volví a casa.
         –¿De verdad no te acuerdas? –se alarmó ella en un fingido tono de sorpresa –Entonces... ¿no te acuerdas de lo que hicimos anoche? –mintió casi haciendo un puchero.
         –¿Qué? –balbució el chico asustado.
         Ella sin poder aguantar más su mentirá se echó a reír.
         Riardó soltó un inaudible suspiro de alivio y retiró bruscamente el brazo de los hombros de ella. Le dio un suave empujoncito amistoso con el brazo mientra se unía su risas.
         –Joder que susto me has dado. ¡Esta te la guardo! –ladró pero sin perder su sonrisa.
         Ante ellos se encontraba ya el bar, abarrotado de gente, como siempre. En la puerta los fumadores disfrutaban de las últimas caladas de sus cigarrillos, ya que, como la nueva ley de fumadores decía, no se podía fumar dentro de los locales. Ni siquiera en <<zonas de fumadores>> algo que había dejado de existir totalmente a principios de este año.
         De entre todas esas personas, tanto Abigail como Ricardo, reconocieron a varias, pero ambos ya bastante ocupados tan sólo les saludaron con un golpe de cabeza y una amplia sonrisa.
         –¿No vas a fumarte uno? –preguntó Abi extrañada a Ricardo, ya que todos sus amigos fumadores insistían en fumar antes de entrar a ningún local.
         –No –le contestó con la mirada fija en el horizonte, o quizás en alguna persona –. Me he fumado uno antes de que llegaras, tampoco necesito fumar tanto en tan poco tiempo. ¿Entramos? –preguntó alegremente, pero esta vez mirándola a ella.
         –Vale – contestó ella. Subió el escalón y Ricardo sujetó la puerta para que ella pasara.
         En el interior del Cañas había mucho bullicio y prácticamente todas las mesas, sillas y taburetes estaban ocupados. Aunque aquello tampoco era un inconveniente para ellos, ya que esperar un rato hasta que alguien desocupara sitios tampoco iba a ser un suplicio.
         –¿Qué quieres tomar? –le preguntó él.
         –Eh, que tampoco hace falta que me invites, que me creía que era broma –inquirió ella cogiéndole del brazo antes de que sacara su deslumbrante cartera de cuero negra.
         –No pasa nada, quiero invitarte –contestó sinceramente sonriendo.
         –Bueno, está bien –asintió Abigail con un suspiro –. Pero la próxima ronda la pago yo –prometió guiñándole un ojo–. Pueees…una Águila, por favor –murmuró sonriente elevando un poco la voz.
         El hombre de la barra se acercó a ellos mientras secaba un vaso mojado con un paño color crema. Se giró y dejó el vaso junto a unas botellas de vodka absolut y volvió para atenderles. El hombre, de unos treinta parecía ya cansado, a pesar de ser sólo las once. Seguramente tenía sueño acumulado por trabajar en el bar, que se llenaba tanto los viernes y sábados como los mismos días de entresemana.
         –¿Qué vais a tomar? –les preguntó con voz ronca, seca y fría.
         –Dos cervezas –le contestó Ricarlo empleando el mismo tono de voz.
         –¿Shandy, Heineken o Águila?
         –Águila –contestó esta vez Abigail, terminando con el estúpido juego que iban a empezar el hombre y Ricardo. Resaltaba a simple vista que habían tenido algún que otro roce alguna noche. Como los niños pequeños cuando discuten y acaban gritándose el uno al otro <<¡que sí!>> <<¡qué no!>>.
         Como cando Adrián discute con Tesa para hacerla enfadar, se dijo Abigail desviando la mirada. Observó el local de esquina a esquina. Las estanterías llenas de libros al lado de la puerta, y la gente que reía, ya con más de una copa en el cuerpo, a la vez que leía alguno de los ellos tornando la voz grave y sonora, tal como un viejo profesor de universidad. Había un par de parejas besándose en una esquina rozando el magreo en público. Una idea que repugno a Abigail. En el otro lado unos chavales que jugaban un póker sin apuesta con más de diez vasos de chupitos vacíos sobre la mesa. Reían y gritaban, alzaban los brazos por los aires y las cartas volaban una y otra vez hasta el suelo. Eran los que mas alboroto hacían.
         El golpe seco del culo de las botellas de cerveza sobre la barra húmeda hizo sacar de su distracción a Abigeil, quien se giro para ver como el camarero miraba con cara de desprecio a Ricardo mientras este le entregaba el billete con el número de móvil. El camarero enviaba miradas sumamente cortas entre el billete y la cara del chico, desconcertado.  
         –Es para que me llames –bromeó fingiendo una expresión complacida Ricardo. Soltó el extremo del billete y el hombre se le quedo mirando con una expresión perpleja.
         –¡Anda, coge las cervezas y vete a esa mesa que no te quiero ver la cara, chaval! –gruñó el camarero. Se giró y arrastró los pies en dirección a otros clientes que esperaban en la barra también.
         –Como la lias –aseguró Abigeil sonriendo para sus adentros. Se estiró un poco y agarró las cervezas por el cuello con los dedos. Cuando se volvió Ricardo ya estaba sentado en una de esas sillas altas de plástico para ocupar la mesa.
         Abi dejó las cervezas sobre la mesa y se dispuso a trepar por la alta silla para subirse en ella.
         –Bueno, cuéntame algo de tu vida –comenzó Ricardo tras darle el primer sorbo a su cerveza. 

Capítulo 2 (Parte IV ): Rituales


         Las dudas que antes tenía sobre el chico seguían ahí en su cabeza revoloteando, haciendo que tuviera nuevas incógnitas. Pero a pesar de ello Abigail seguía su camino con esa seguridad en sí misma que tanto la identificaba. Y con una sonrisa de curiosidad dibujada en la cara. Lo tenía todo bajo control.
         Miró la hora en el reloj de su móvil y aceleró un poco el paso. Llegaba diez minutos tarde y aún le faltaba un gran tramo de la calle para llegar a la Plaza del Rey.
         No es bueno llegar tarde, inquirió, no da una buena primera impresión. Aunque por otra parte…, analizó segundos más tarde siendo sincera con ella misma, no está mal llegar un pelín tarde. Se sorprendió soltando una risilla.
         –No pasa nada si tiene que esperar un poco–murmuró ahora en voz alta con tono despreocupado.
         –¡Di que sí, chica! –una señora mayor que paseaba a su perro estuvo de acuerdo con ella–. Nosotras nos acostamos con ellos así que si esperan un poco no se van a morir.
         La señora pegó un brusco tirón a su perro y le lanzó una mirada cómplice a Abi, quien, perpleja, aceleró aún más el paso.
         Al llegar al estanco giró a su derecha y atravesó el callejón medio en obras que se abría a la plaza. De pie, buscó entre la gente a su chico. Había multitud de terrazas de bares, una heladería, oficinas, un pequeño parque donde los niños estaban jugando…y muy apartado de la gente había un chico sentado en un banco. Abigail dudo un instante, hasta que vio cómo le daba una larga calada a un cigarrillo. Era él, no había ninguna duda.
         Al verla dejó caer el cigarro delante de su pie, lo apagó restregándolo contra el suelo, y se puso en pie. Miró una vez más a la chica y caminó con paso decidido hacia ella. Total, si no era ella ¿qué es lo peor que podía pasar? Analizó a Abi de pies a cabeza, muy sutilmente, para que ella no se percatase. No recordaba demasiado bien su rostro -de hecho no recordaba si quiera cómo había llegado a casa- pero algo le decía que era ella. Quizás su expresión de curiosidad o su propia ingenuidad. Pero estaba casi seguro de que era ella.
         Debe ser ella, intuyó
         Abigail pensó en que no lo recordaba tan alto pues el chico medía al menos una cabeza más que ella. Aunque también es verdad que en ningún momento la noche anterior se había puesto en pie al lado suya, así que no tenía nada con qué comparar.
         Agigail, titubeando, sacó el billete de su bolsillo. Lo tensó varias veces y luego lo volvió a doblar dejando a la vista el número –que ya se había asegurado de dejar grabado en el teléfono antes de devolvérselo. Al menos sacando el billete evitaron hacer un saludo forzado.
         –Ten, eso es tuyo –dijo sin dejar de mirarle a los ojos. El esbozó una gran sonrisa de satisfacción al familiarizarse con el billete. Lo agarró suavemente con la mano derecha y tanteó el número escrito con su otra mano. Siguiendo el surco en el papel con la yema de su dedo pulgar.
         Aún se notaba el relieve que hizo cuando escribió su número de teléfono con un bolígrafo de punta dura. La verdad es que desconocía el momento exacto en que lo hizo, y menos aún por qué se lo había entregado a aquella chica. Pero en su subconsciente sabía que si el billete había llegado a las manos de ella era por algo, aunque en ese momento no supiera el motivo exacto.
         –Gracias por devolverlo–agradeció sinceramente doblando el billete por la mitad– ¿Nunca te ha dicho nadie antes que no se debe quedar con desconocidos a solas por la noche? –comentó en tono burlón guardándose el billete en una cartera negra encadenada a su pantalón.
         –Sí, supongo que sí, con tres años –contraatacó esta con el mismo tono–. Pero en verdad no tenía mejores cosas que hacer que quedar con un desconocido que va regalando billetes a diestro y siniestro –arqueó una ceja–. ¿Y tú no tenías nada que hacer?
         –Pues … –dudó un segundo, luego volvió a hablar igual de rápido que antes– Sí, ahora que recuerdo a las dos y veinte tengo que ir a un sitio, pero tengo toda la noche libre –insinuó guiñándome un ojo.
         Abi no aguantó a soltar una pequeña carcajada y bajar la mirada hacia el suelo.
         –Bueno, vamos al cañas a tomarnos algo –continuó el chico hurgando de nuevo en su bolsillo izquierdo. Se escuchó el sonido de la pollera de su cartera–, que te invito con esto –afirmó asomando el billete marcado .
         Abigail ya se había dado la vuelta para caminar hacia el callejón que conducía hacia el bar cuando cayó a cuenta de algo importante: ¿cuál era el nombre del chico? Recordó entonces con disimulo que en la agenda de su teléfono móvil el número de él estaba nombrado como <<chico del billete>>
         Paró en secó y giró sobre sí misma. Él la imitó, extrañado.
         –¿Cómo has dicho que te llamabas? –preguntó casi riendo.
         –¡Creía que nunca lo ibas a preguntar! –afirmó, caminando hacia ella. En una zancada ya estaba a su altura y mirándola a los ojos dijo: Ricardo, ¿y tú?
         Ella cautivada por sus profundos ojos azules, que estaban a su sola disposición, tardó en reaccionar ante la pregunta. Ricardo comenzó a impacientarse.
         –¿Qué? –dijo, seguido de una serie de pestañeos rápidos que la devolvieron a la realidad– Abigail. Pero todos me llaman Abi.
         Al ya saber su nombre para Abigail Ricardo ya no se trataba de un desconocido, o al menos no completamente. Así que si la veían sus amigos ya podría presentarlo diciendo que era un conocido o incluso un amigo si llegaban a conectar, ya que sabía que al menos su mejor amigo pondría mala cara si le decía que le acababa de conocer. Casi se imaginó su cara y la conversación que habrían tenido cuando la hubiera separado de los demás para soltarle un sermón.
         –Es la primera vez que escucho ese nombre aquí.
         –Sí, a mi madre le gustan los nombres raros –canturreó arqueando las cejas– Pero sólo pasó conmigo, mis hermanos tienen nombres comunes –afirmó estudiando el rostro enigmático de Ricardo.
         –¿Cuántos hermanos tienes?
         –Somos tres –respondió ella sin vacilar–. Tesa, Adrián y yo, que soy la mediana. A lo mejor conoces a mi hermano es …–hizo una pausa para contemplarle, para intentar descifrar su edad exacta. Pero no lo logró, nunca nadie lo conseguía –sí…más o menos de tu edad.
         –¿Cuántos años me echas? –inquirió sonriente cruzando los brazos tras su espalda.
         –Pues… unos diecisiete o dieciocho –aventuró.
         –¡Casi! Si es que me conservo tan bien… –bromeó estirándose las mejillas con las palmas de las manos– Diecinueve –mintió certeramente, pues Abigail confió totalmente en su afirmación. Ricardo le sonrió a sabiendas de que en realidad tenía veintidós. Nunca jamás nadie lo había sabido, excepto su familia, claro está–. ¿Y tú?
         –¿Yo? –volvió a preguntar señalándose a sí misma con el dedo índice– Algún día te lo diré.
         –No, de eso nada –jugueteó como un niño–. Yo diría que tienes dieciséis –Abigail parpadeó. Luego hizo un mohín para no reírse –. ¿Diecisiete? –Ricardo examinó el rostro y los gesto de Abi, buscando algo que delatara si esa era su edad o era mayor. Ella, sin percatarse de la jugada de él, esbozó una pequeña sonrisilla torcida–. Sí –se respondió a si mismo complacido por el éxito de su <<estudio>>–, tienes diecisiete.
         Abigail torció el gesto, complacida. Al menos ya había averiguado algo más de él que su nombre; era más listo de lo que parecía a simple vista. Algo que, sin saber muy bien por qué, le recordó a su hermano Adrián. ¿Dónde estaría en ese mismo momento?
         –Bueno – Abigail retomó el rumbo de sus pasos hacia el bar–, vámonos al Cañas, sigo esperando esa invitación –afirmó guiñándole un ojo. Algo que Ricardo, con sorpresa, interpretó de diferente manera, lo que hizo que se quedase anclado en tierra, asombrado, pero a la ver divertido.

sábado, 15 de octubre de 2011

Capítulo 2 (Parte III): Rituales

         Las dudas que antes tenía sobre el chico seguían ahí en su cabeza revoloteando, haciendo que tuviera nuevas incógnitas. Pero a pesar de ello Abigail seguía su camino con esa seguridad en sí misma que tanto la identificaba. Y con una sonrisa de curiosidad dibujada en la cara. Lo tenía todo bajo control.
         Miró la hora en el reloj de su móvil y aceleró un poco el paso. Llegaba diez minutos tarde y aún le faltaba un gran tramo de la calle para llegar a la Plaza del Rey.
         No es bueno llegar tarde, inquirió, no da una buena primera impresión. Aunque por otra parte…, analizó segundos más tarde siendo sincera con ella misma, no está mal llegar un pelín tarde. Se sorprendió soltando una risilla.
         –No pasa nada si tiene que esperar un poco–murmuró ahora en voz alta con tono despreocupado.
         –¡Di que sí, chica! –una señora mayor que paseaba a su perro estuvo de acuerdo con ella–. Nosotras nos acostamos con ellos así que si esperan un poco no se van a morir.
         La señora pegó un brusco tirón a su perro y le lanzó una mirada cómplice a Abi, quien, perpleja, aceleró aún más el paso.
         Al llegar al estanco giró a su derecha y atravesó el callejón medio en obras que se abría a la plaza. De pie, buscó entre la gente a su chico. Había multitud de terrazas de bares, una heladería, oficinas, un pequeño parque donde los niños estaban jugando…y muy apartado de la gente había un chico sentado en un banco. Abigail dudo un instante, hasta que vio cómo le daba una larga calada a un cigarrillo. Era él, no había ninguna duda.
         Al verla dejó caer el cigarro delante de su pie, lo apagó restregándolo contra el suelo, y se puso en pie. Miró una vez más a la chica y caminó con paso decidido hacia ella. Total, si no era ella ¿qué es lo peor que podía pasar? Analizó a Abi de pies a cabeza, muy sutilmente, para que ella no se percatase. No recordaba demasiado bien su rostro -de hecho no recordaba si quiera cómo había llegado a casa- pero algo le decía que era ella. Quizás su expresión de curiosidad o su propia ingenuidad. Pero estaba casi seguro de que era ella.
         Debe ser ella, intuyó
         Abigail pensó en que no lo recordaba tan alto pues el chico medía al menos una cabeza más que ella. Aunque también es verdad que en ningún momento la noche anterior se había puesto en pie al lado suya, así que no tenía nada con qué comparar.
         Agigail, titubeando, sacó el billete de su bolsillo. Lo tensó varias veces y luego lo volvió a doblar dejando a la vista el número –que ya se había asegurado de dejar grabado en el teléfono antes de devolvérselo. Al menos sacando el billete evitaron hacer un saludo forzado.
         –Ten, eso es tuyo –dijo sin dejar de mirarle a los ojos. El esbozó una gran sonrisa de satisfacción al familiarizarse con el billete. Lo agarró suavemente con la mano derecha y tanteó el número escrito con su otra mano. Siguiendo el surco en el papel con la yema de su dedo pulgar.
         Aún se notaba el relieve que hizo cuando escribió su número de teléfono con un bolígrafo de punta dura. La verdad es que desconocía el momento exacto en que lo hizo, y menos aún por qué se lo había entregado a aquella chica. Pero en su subconsciente sabía que si el billete había llegado a las manos de ella era por algo, aunque en ese momento no supiera el motivo exacto.
         –Gracias por devolverlo–agradeció sinceramente doblando el billete por la mitad– ¿Nunca te ha dicho nadie antes que no se debe quedar con desconocidos a solas por la noche? –comentó en tono burlón guardándose el billete en una cartera negra encadenada a su pantalón.
         –Sí, supongo que sí, con tres años –contraatacó esta con el mismo tono–. Pero en verdad no tenía mejores cosas que hacer que quedar con un desconocido que va regalando billetes a diestro y siniestro –arqueó una ceja–. ¿Y tú no tenías nada que hacer?
         –Pues … –dudó un segundo, luego volvió a hablar igual de rápido que antes– Sí, ahora que recuerdo a las dos y veinte tengo que ir a un sitio, pero tengo toda la noche libre –insinuó guiñándome un ojo.
         –Ten, eso es tuyo –dijo sin dejar de mirarle a los ojos. El esbozó una gran sonrisa de satisfacción al familiarizarse con el billete. Lo agarró suavemente con la mano derecha y tanteó el número escrito con su otra mano. Siguiendo el surco en el papel con la yema de su dedo pulgar.
         Aún se notaba el relieve que hizo cuando escribió su número de teléfono con un bolígrafo de punta dura. La verdad es que desconocía el momento exacto en que lo hizo, y menos aún por qué se lo había entregado a aquella chica. Pero en su subconsciente sabía que si el billete había llegado a las manos de ella era por algo, aunque en ese momento no supiera el motivo exacto.
         –Gracias por devolverlo–agradeció sinceramente doblando el billete por la mitad– ¿Nunca te ha dicho nadie antes que no se debe quedar con desconocidos a solas por la noche? –comentó en tono burlón guardándose el billete en una cartera negra encadenada a su pantalón.
         –Sí, supongo que sí, con tres años –contraatacó esta con el mismo tono–. Pero en verdad no tenía mejores cosas que hacer que quedar con un desconocido que va regalando billetes a diestro y siniestro –arqueó una ceja–. ¿Y tú no tenías nada que hacer?
         –Pues … –dudó un segundo, luego volvió a hablar igual de rápido que antes – Sí, ahora que recuerdo, a las dos y veinte tengo que ir a un sitio, pero tengo toda la noche libre –insinuó guiñándome un ojo.
         Abi no aguantó a soltar una pequeña carcajada y bajar la mirada hacia el suelo.
         –Bueno, vamos al cañas a tomarnos algo –continuó el chico hurgando de nuevo en su bolsillo izquierdo. Se escuchó el sonido de la pollera de su cartera–, que te invito con esto –afirmó asomando el billete marcado .
         Abigail ya se había dado la vuelta para caminar hacia el callejón que conducía hacia el bar cuando cayó a cuenta de algo importante: ¿cuál era el nombre del chico? Recordó entonces con disimulo que en la agenda de su teléfono móvil el número de él estaba nombrado como <<chico del billete>>
         Paró en secó y giró sobre sí misma. Él la imitó, extrañado.
         –¿Cómo has dicho que te llamabas? –preguntó casi riendo.
         –¡Creía que nunca lo ibas a preguntar! –afirmó, caminando hacia ella. En una zancada ya estaba a su altura y mirándola a los ojos dijo: Ricardo, ¿y tú?
         Ella cautivada por sus profundos ojos azules, que estaban a su sola disposición, tardó en reaccionar ante la pregunta. Ricardo comenzó a impacientarse.
         –¿Qué? –dijo, seguido de una serie de pestañeos rápidos que la devolvieron a la realidad– Abigail. Pero todos me llaman Abi.
         Al ya saber su nombre para Abigail Ricardo ya no se trataba de un desconocido, o al menos no completamente. Así que si la veían sus amigos ya podría presentarlo diciendo que era un conocido o incluso un amigo si llegaban a conectar, ya que sabía que al menos su mejor amigo pondría mala cara si le decía que le acababa de conocer. Casi se imaginó su cara y la conversación que habrían tenido cuando la hubiera separado de los demás para soltarle un sermón.
         –Es la primera vez que escucho ese nombre aquí.
         –Sí, a mi madre le gustan los nombres raros –canturreó arqueando las cejas– Pero sólo pasó conmigo, mis hermanos tienen nombres comunes –afirmó estudiando el rostro enigmático de Ricardo.
         –¿Cuántos hermanos tienes?
         –Somos tres –respondió ella sin vacilar–. Tesa, Adrián y yo, que soy la mediana. A lo mejor conoces a mi hermano es …–hizo una pausa para contemplarle, para intentar descifrar su edad exacta. Pero no lo logró, nunca nadie lo conseguía –sí…más o menos de tu edad.
         –¿Cuántos años me echas? –inquirió sonriente cruzando los brazos tras su espalda.
         –Pues… unos diecisiete o dieciocho –aventuró.

Capítulo 2 (Parte II): Rituales

         Bueno, algo es algo, se tranquilizó, al menos el número existe, dijo para sus adentros cuando el móvil emitió la primera señal.
         Dos toques.
         Buuuf, ¡madre mía! ¿Qué le voy a decir?
         Cuatro toques.
         –¿Sí? –repiqueteó una voz fatigada desde el otro lado de la línea.
         Para su mala suerte, justo cuando Abigail estaba en disposición de decir palabra la voz se le atragantó en la garganta, por lo que el único sonido que fue capaz de emitir fue algo así como el que uno hace cuando se atraganta. Afortunadamente el chico lo interpretó como falta de cobertura o una mala señal por parte del teléfono.
         –Emm … Se que estás ahí oigo tu respiración. A parte de ese ruido extraño que acabo de oír –afirmó para su desgracia–. O… ¿No serás un perro, verdad? –inquirió sarcásticamente esperando que la otra persona, es decir Abigail, fuese capaz de hablarle–. Pues tu dueño debe tenerte muy bien amaestrado ¿sabes? No todos los perros son capaces de llamar por teléfono –expuso continuando con su broma.
         –No soy un perro –contestó Abi de inmediato con voz cortante– ¿Quién eres? –preguntó sin siquiera respirar. Luego se repuso expirando una fuerte bocanada de aire por la nariz.
         Esperó un par de segundos mirando por la ventana la contestación del chico. Impaciente. Nerviosa. Expectante.
         –Creo que eres la que llama, así que yo pregunto primero: ¿Quién eres? –le devolvió la pregunta riendo. Luego se levantó de la cama a regañadientes, ya que sabía que no conseguiría dormir más. Incluso le dio tiempo a ponerse una camiseta de manga corta verde pistacho antes de que ella contestara. Caminó haciendo eses hacia el cuarto de baño para mirarse en el espejo, aún con el móvil pegado a la oreja derecha.
         –Anoche me dieron un billete de cinco con este teléfono apuntado en una esquina –anunció de repente Abi atropellando unas palabras con otras–. En una esquina del billete– aclaró entrecerrando los ojos, interpretando el silencio del chico como una pausa para que él recordara.
         –¡Ah! Sí. Ya me acuerdo –musitó por fin llevándose la mano libre a la cabeza–. Eres la chica que se sentó a mi lado en el borde de la carretera para preguntarme por qué fumaba. O algo así, creo – confirmó aún dudoso bajando notablemente el tono de voz. Abrió el grifo con una mano. Con la otra pulsó el botón de manos libres y dejó el teléfono sobre una leja para echarse agua por la cara y despejarse un poco.
         –Sí, la misma – respondió conforme.
         –Pues quiero mis cinco euros de vuelta – objetó con voz seria–. En media hora en la plaza del rey – citó sin siquiera preguntar –el chico colgó la llamada pulsando la tecla con un dedo aún húmedo por el agua.
         – En media hora no me da tiempo a… –pero era una tontería seguir hablando por que el chico ya había colgado el teléfono–. Supongo que en media hora en la playa del rey ¿no Mao? – preguntó sarcásticamente a su gato negro, que en silencio se había acurrucado entre los cojines de la cama de Abigail. Mao. El gato dio un flojo maullido acompañado del tintineo del cascabel que colgaba de su peludo cuello. Su dueña lo interpretó como confirmación.
         Abigail se dejó caer en la cama, pensativa. Mao puso una patita sobre el muslo de su dueña y emitió un ronroneo seguido de frotar la cabeza contra el minúsculo pantalón de Abigail.
         –Ahora no, Mao. Tengo que vestirme.
         Con las ideas algo más claras la adolescente se dispuso a abrir su armario en busca de sus tejanos favoritos y alguna camiseta.


                                    


         El chico contempló su reflejo un poco más. Miró en lo que se había convertido en estos últimos años, se fijó en todo lo que había cambiado. Suspiró para sus adentros y se quitó la camiseta y luego los boxers. El tacto frío del suelo de la ducha le dio un pequeño escalofrío pero no le importó, ya que la idea que más le preocupaba en aquel momento era lo que podía pasar por la noche.
         El agua fría comenzó a caerle sobre la espalda como finas láminas de hielo. No le gustaba en absoluto ducharse con agua fría, pero era lo que más rápido iba a despejarle y dejarle pensar con claridad.
         Se anudó una toalla a la cintura y salió del cuarto de baño dejando la puerta abierta. Cogió el paquete de cigarrillos que más cerca tenía, el de la mesilla de noche, y se tumbó mojado sobre las sábanas de su cama. Con los ojos cerrados encendió un cigarro y dio la primera calada. Sabía a gloria pues para él era el primer cigarrillo del día. Y como hacía día tras día nada más levantarse se fumaba uno mirando la gente pasar por la ventana de su dormitorio. Aquella noche las pocas personas paseaban por aquella zona, y las que lo hacían caminaban solas, de forma melancólica, muy triste para ser un sábado.
         Recordó entonces, que aún tenía una tarea pendiente que debía hacer antes de irse. El chico se levantó de la cama y busco entre sus cajones una carpeta transparente donde guardaba los folios de colores. Sacó uno de color azul marino y guardó la carpeta en el cajón correspondiente. De pie, apoyado sobre su escritorio, comenzó a doblar el papel por la mitad, de extremo a extremo, para al final conseguir tener una pieza más en su colección.


                                   

         Cuarenta minutos más tarde Abigail caminaba a paso más bien lento por el principio de la Calle Mayor. Que fuera sábado y que sus amigos no la hubieran llamado para dar una vuelta no significaba que ella no tuviese ganas de salir, o al menos no del todo. Pero haber tenido que recurrir a un completo desconocido para tener la excusa de salir de casa le resultaba algo patético, aunque también atrevido. No obstante, la palabra adecuada para definir ese comportamiento tan imprudente se definía mejor como infantil, ingenuo. Quizás desesperado.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Capítulo 2 (Parte I): Ritual




Una de las habilidades mas increíbles que tiene el ser humano es la capacidad de mentir. Ya sea para el bien o para el mal; como beneficio o supervivencia, pero manipulamos la verdad. Es una capacidad temprana que se aprende cuando somos pequeños, y que vamos perfeccionando con el tiempo. Engañamos a nuestros padres, profesores, amigos, e incluso a nosotros mismos. Decimos que hemos dejado de fumar, que hemos perdido peso, que somos buenas personas … pero, ¿realmente lo somos? ¿Realmente somos todo lo que hacemos creer?


         Amanecía un sábado lluvioso, con el sol completamente oculto tras los nubarrones. De esos en los que apetece más acurrucarte en pijama en el sofá viendo películas en la televisión escuchando la tormenta a tus espaldas, que salir a dar una vuelta por la ciudad. Y, efectivamente, ese era el plan de Abigail para todo el día, aunque por otra parte deseara que sus amigos la llamaran para quedar y dar una vuelta.
         Tras comer, permaneció con el móvil encima de la tripa mientas veía desanimada Seven en la televisión, aguardando desesperada que alguien la llamara y, que con la excusa, se arreglara y saliera a la calle. Pero, como nadie lo hizo, se quedó en casa, moviéndose tan sólo para comer, e ir del baño al sofá y del sofá al baño.
         Sus dos hermanos, Adrián y Ana Teresa, de dieciocho y cinco años respectivamente, se encontraban jugando en el salón, a tan solo unos metros de distancia de donde estaba Abi. Ambos jugaban a las casitas dibujando informes con ceras en folios en banco. Adrián se llevaba extrañamente bien con sus hermanas. Especialmente con Abigail, ya que podía mantener conversaciones racionales con ella –cosa que con sus padres era algo imposible– , pero por otro lado, también echaba de menos a veces jugar con su hermanita más pequeña a juegos de niños, recordando así esa infancia e inocencia ya perdida.
         La pequeña Teresa alzó entre sus diminutas manos un papel pintarrajeado de colorines; un arco iris que caía a un lado de una casa de tejado rojo, brillante y reluciente, mientras el cielo estaba inundado de nubes negras. Abigail también se fijó en un monigote simbolizando a un chico, todo pintado todo de negro, erguido en el techo de la casa, mirando como la lluvia caía.
         Extrañada, Abi se levantó del sofá y dirigió una mirada inculpadora a su hermano, quien se encogió de hombros.
         –Ya se que el dibujo es raro. Le dije que me pintara ,y supongo que ahí estoy –explicó sonriente bailando la mirada del dibujo a su hermanita. Se volvió hacía la mesa del comedor, rebuscando entre los papeles y los colores esturreados en ella– Ha quedado bien ¿jum? –analizó Adrián– Pero hay que admitir que el mío ha quedado mejor –se atrevió a afirmar, divertido. Elevó entre sus manos, una especie de dinosaurio verdoso con cabeza de serpiente y cola de rata.
         Abigail no pudo evitar soltar una carcajada al verlo.
         –Oh, sí, precioso –dijo con sorna –. ¿Seguro que no lo ha dibujado ella? –ambos bajaron la mirada hacia el folio que pintarrajeaba Teresita de un extremo a otro con una cera de color verde oscuro.
         –¡Vamos! ¡No seas tan extremista!
         –Tesa dibuja mejor que Adri –aventuró la chiquitina, enseñando una mella que resaltaba con el blanco de sus dientes.
         Abigail recordó cuando su hermanita aprendió ha hablar. Una de sus primeras palabras fue Tesa, una especie de diminutivo más fácil de decir que su propio nombre, Teresa. Así que tanto sus hermanos como sus padres pasaron a llamarla Tesa, por la gracia del momento.
         –¿Quieres que te dibuje un gato, Tesa? –preguntó Abigail poniéndose en cuclillas para estar a la altura de los ojos de su hermana.
         –¡Zííí! –gritó entusiasta Teresa, haciendo que el aire saliera rápidamente por su mella.
         Así que los tres permanecieron allí un buen rato dibujando y riendo. A Abi no le gustaba demasiado jugar con Teresa, pero a veces la situación lo requería, aunque ese día a ella realmente le apetecía hacerlo. Agarró una cera negra he hizo un par de círculos unidos entre sí para hacer el cuerpo de un gato negro…



         Ya eran casi las diez de la noche cuando se por fin se hizo a la idea de que nadie la llamaría, así que decidió llamar ella. Se levanto resignada y malhumorada del sofá, tirando un cojín a suelo, y arrastró los pies hasta su habitación, donde en algún momento que no recordaba con exactitud su madre había colocado su teléfono móvil. Sobre su escritorio descansaba el bolso que había llevado la noche anterior, abierto de par en par, con todas sus pertenencias esturreadas sobre la superficie del cristal. Un brillo de labios, un ticket, el billete de cinco euros, la cartera…
         ¡El billete!, gritó para sus adentros, Lo había olvidado.
         Efectivamente lo había olvidado. Había gastado todo su tiempo en calentarse la cabeza pensando acerca del posible motivo que tenían los demás para no llamarla. ¿Y si en vez de llamar a sus amigos le llamaba a él? A los otros los podía ver en cualquier momento, mientras que conocer de aquella manera a un chico tan misterioso es algo que sólo ocurre una vez en la vida. Realmente era una oportunidad que no pensaba desaprovechar.  Y si algo salía mal sospechaba dónde se podían encontrar sus amigos.
         Una sonrisa de infantil emoción iluminó su rostro. Desbloqueó su teléfono móvil y desdobló el billete de cinco. Dubitativa, marcó el número con la yema del dedo en su pantalla táctil: <<695 19 23 13>>
                Entonces una retahíla de dudas abrumaron su cabeza haciendo que se pensara dos veces eso de llamar a un desconocido. ¿Y si era una broma de mal gusto? ¿O si por el contrario dicho teléfono no existía? Si el teléfono escrito no era el de esa persona que ella esperaba ¿qué haría entonces? ¿Qué haría cuando la señal sonase y alguien contestara al otro la de la línea? ¿Se acordaría de ella? Miles de dudas y preguntas invadieron su mente mientras contemplaba el número escrito en la pantalla.
         Ya era demasiado tarde, había pulsado <<llamar>> y sonaba la línea al otro lado.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Personajes (Toma I)

Abigail Cerbero Ros:
Edad: 17
Fecha de nacimiento: 13 / Marzo / 1994
Ocupación: 1º Bachiller biológico, Jiménez de la Espada.
Color de pelo: Castaño
Color de ojos: Verde claro
Descripción: Sus grupos favoritos son Fall out Boys y Metro Station. Adora las comedias románticas, algunas películas Triller y el terror americano. No le gustan las discotecas -ni la música que normalmente se escucha en ellas- así que la mayoría de veces que sale de noche va con sus amigos a sus bares favoritos.
Le encantan los animales en general pero sobre todo los gatos, de hecho tiene uno. Es de un gris oscuro con los ojos igual que su dueña y se llama Mao. También tuvo un conejo de orejas caídas pero murió cuando nació su hermana pequeña.

Colecciona vasos de chupito de los viajes que ella a hecho y de sus amigos.

Abi es una persona alegre, atrevida e irradia una felicidad que inevitablemente contagia a los demás. Es muy segura de sí misma y de sus acciones por lo que no le cuesta demasiado confiar en las personas que ella cree correcto. 



Adrián Cerbero Ros

Edad: 18 para 19
Fecha de nacimiento: 8 / Julio / 1993
Ocupación: 2º Bachiller de Ciencias Sociales, Jiménez de la Espada.
Color de pelo: Castaño
Color de ojos: Verde oscuro
Descripción: Él suele escuchar música Rap y algo de Rock español. Su grupo banda favorita es Duo Kie. Es muy miedoso por lo que no soporta las películas de terror. Sólo ve cine de acción y animación japonesa. Disfruta jugando con sus dos hermanas, con las que se lleva genial-tanto que jamás reconocería en algunos momentos ha llegado a reconocer a Abigail como una mejor amiga.
Es muy divertido y fiestero, pero también atrevido y es fácil ponerle de mal humor. Por ellos en ocasiones se mete en algún que otro lío. 



Ana Teresa Cerbero Ros (Tesa)
Edad: 6
Fecha de nacimiento: 29/ Septiembre / 2005
Ocupación: Estudios de primaria en Maristas
Color de pelo: Rubio
Color de ojos: Pardo
Descripción: Acude a clases de Ballet desde los 5 años. Le encanta dibujar y jugar con sus hermanos, especialmente con Adrián. Aunque su hermanita a veces la maquilla y la peina, cosa que también le gusta. 

domingo, 21 de agosto de 2011

Capítulo 1 (Parte III ): El mundo exterior.

Puede que sea divertido, se dijo a si misma, esas anécdotas son las que luego cuentas.
         El chico dio otra calada a su cigarrillo como si nada.
         –Muy buen suicidio caro y consentido –murmuró casi de forma involuntaria refiriéndose al tabaco.
         Abi se mordió la lengua esperando una contestación por parte del chico. Él giró lentamente la cabeza para mirarla, pero sin dejar de apoyarla en la columna. Arqueó las cejas, con una sonrisilla de asombro, lo que a Abigail se le antojó una expresión algo forzada. Parecía algo asustado.
         –Es un mal vicio, lo admito – se encogió de hombros. Y le acercó el cigarro a Abigail, invitándola a una calada. Ella titubeó unos segundos pero luego la aceptó, ya que cuatro de sus amigos fumaban y alguna que otra vez ella también lo había hecho.
         –Yo no fumo, pero gracias por la calada –Abi hizo el esfuerzo por no carraspear cuando el humo bajo por su garganta. Le devolvió el cigarrillo al chico como si nada.
         –Pues acabas de hacerlo, si mis ojos no me engañan –afirmó cogiendo el cigarro de su mano.
         Ante eso ella no dijo nada de nada. Sólo permaneció callada esperando que el joven hablara.
         –¿Y que te ha dado para que te sientes con un desconocido en el suelo? Si puedo preguntarlo.
         –No lo se. Supongo que me ha llamado la atención. Así que dime, ¿fumas en la carretera esperando que un coche te deje sin piernas, o acaso se te han caído las llaves por la alcantarilla?
         Su mirada se paseó por la acera hasta dar con una boca de alcantarilla a unos centímetros de su pierna. Luego comenzó a reírse. Abi comenzó sentirse algo incómoda con los ojos azules del chico, puestos fijamente en ella.
         –Soy demasiado joven para morirme por el tabaco y demasiado fuerte como para que un coche me arranque las piernas –contestó cortante, pero con un ápice de sarcasmo–, si es eso a lo que te referías con tu pregunta– añadió sin dejar de analizarla. Clavó la uña de dedo corazón en la boquilla del cigarro y se lo llevó de nuevo a la boca–. ¿No deberías preocuparte un poco más por tu vida y menos por la existencia de los desconocidos? –me susurró al oído después de una larga calada.
         Luego se levantó, tambaleante, apoyándose en el hombro de Abigail para conseguirlo. Sin venir a cuento, el chico bajó a cabeza, dio un pequeño traspiés y señaló al cielo con el índice. Tras ese gesto tan extraño, introdujo ambas manos en los respectivos bolsillos de su pantalón, y como si se fuese a caer hacia delante se apoyó de nuevo en los hombros de Abi. Luego sonrió y resopló, en ese mismo orden, y caminó hacia los taxis del otro lado de la plaza.
         ¿Qué hace el loco este? se extrañó Abigail, observando como se marchaba dando tumbos.
         Abigail, aún dándole vueltas al asunto, se levantó cuidadosamente de suelo para no enredarse con la cadena de su bolso. Justo en el momento en el que se puso en pie un billete de cinco euros doblado por la mitad caía al suelo desde su hombro. Al cogerlo, y desdoblarlo, Abigail descubrió anonadada como en su interior había un número de teléfono escrito con bolígrafo rojo ocupando todo el lateral. Ella no dudó; había sido el chico quién le había dejado el billete sobre e hombro.
         La chica contempló como aquel extraño pasaba en taxi por delante suya, casi atropellándola, en dirección al Paseo Alfonso XIII. Arrojó lo que quedaba de su cigarrillo, mirándola con suspicacia a través del cristal. Ella le devolvió una extraña mirada incrédula por lo que acababa de sucederle. El coche se saltó un semáforo en rojo y continuó hasta llegar a su destino.
         Mientras tanto Abigail caminaba sola hacia su casa por las poco alumbradas y desérticas calles de Cartagena. Normalmente era incapaz de andar a ningún sitio sin escuchar música, pero aquella vez era diferente. Necesitaba analizar todo aquello, ya que aún teniendo pruebas materiales no se lo creía del todo.
         Casi automáticamente vinieron a la mente de Abigail una serie de preguntas para las que no tenía respuesta alguna, al menos no en ese momento. ¿Sería su número de teléfono? ¿Por qué había dejado él el billete? ¿Es que acaso quería él que la chica a la que acababa de conocer le llamara?
         De camino a casa sólo podía pensar en una cosa; él. En sus tristes ojos azules que le costaba tanto mantener abiertos, en su pelo castaño empapado de sudor y bebidas, en ese olor a vodka barato y tequila, pero, sobre todo, en ese halo misterioso que le envolvía. Como si esa noche, él y su recuerdo se hubiesen grabado a fuego en su memoria.
         Entonces se hizo una última pregunta a sí misma antes de entrar definitivamente en casa: ¿le volvería a ver algún día?